El problema del uno y lo múltiple y la solución tomista
La doctrina de Tomás de Aquino sobre el acto de ser, el esse en el latín original o el actus essendi, es una que ha ido cobrando fuerza e importancia para los estudiosos del Aquinate durante el último siglo.
Algunos filósofos, como Cornelio Fabro y Norris Clarke, han llegado a verla como una de las doctrinas fundamentales del Doctor Angélico, y probablemente su mayor y más original aporte a la filosofía. Esto es aunque, según dice Gaven Kerr, el mismo Santo Tomás, en su lectura tan caritativa de sus fuentes (intentando siempre rescatar lo que hubiese de verdad), le diera el crédito de su descubrimiento del esse como principio de actualidad fundamental y "perfección de todas las perfecciones" a Aristóteles y Boecio, aunque muy probablemente el Aristóteles y el Boecio históricos no hubiesen llegado a esa conclusión, como si lo hizo Santo Tomás.
La doctrina del esse viene a solucionar el que es probablemente el mayor y más profundo problema de la metafísica tradicional, el problema de lo uno y lo múltiple (o the one and the many como es en inglés). Este problema es tan elemental, que el aún más famoso problema de los universales no es sino una aplicación particular del problema de lo uno y lo múltiple. Esbocemos en primer lugar ambos problemas, y veamos cómo meditar estos problemas nos llevan a la solución, el esse como lo entiende Tomás.
El problema de los universales
El problema de los universales parte de la observación de que los seres son diversos y múltiples en cierto modo pero que son semejantes o uno, en otro. Por ejemplo pensemos en dos perros. Son distintos en cuanto que este perro no es ese perro, pero son lo mismo en cuanto que ambos son perros. El pluralista o nominalista no reconoce la unidad, y rechaza que ambos sean perros. Sostiene que el concepto de perro es uno que no refleja nada de la realidad sino que es un constructo social, algo util para clasificar particulares, según su semejanza, pero no hay tal cosa como una esencia real de la que los perros particulares participan. El realista como Aristóteles y Santo Tomás, por el contrario, sostiene que verdaderamente hay algo que tienen en común ambos particulares, que esa semejanza es algo que poseen todos los perros en virtud de ser perros. Que nuestro concepto no es un mero constructo, sino que nos da acceso a algo real.
El nominalista no soluciona el problema de lo uno y lo múltiple aquí, pues simplemente rechaza la existencia de lo uno y reconoce únicamente lo múltiple. El realista (de corte aristotélico-tomista) reconoce la diversidad de los particulares pero sostiene que hay una cierta unidad, en cuanto que los particulares son miembros de una misma especie. Sostiene que son una misma especie, individuada o hecha particular por distintos trozos de materia. Es decir, este perro no es ese otro porque la especie de perro es recibida en este trozo de materia y no en ese otro. O sea, la materia es, como la llaman los filósofos tomistas, el principio de individuación.
Por tanto, el problema de lo uno y lo múltiple queda solucionado por el aristotélico de la siguiente manera: la unidad se explica por una forma o especie común, y lo múltiple y diverso por la materia que individúa y hace particular.
Pero si vamos más allá de los cuerpos materiales, como lo hace Santo Tomás, y analizamos el ente en cuanto tal, o sea las cosas en cuanto que existen, son reales, vemos que el análisis hilemorfista (hyle = materia, morphe = forma) no es suficiente para solucionar el problema de lo uno y lo múltiple.
El esse o actus essendi
Heidegger señalaba el problema del oscurecimiento del ser, que desde Sócrates hasta Hegel la filosofía occidental había sido esencialista, que se preocupaba más por el qué de las cosas (¿qué es?) que del es. Con la esencia nos referimos al qué de la cosa, a aquello que responde a la pregunta: ¿qué hace que esto sea lo que es? En el caso de un hombre la respuesta es humanidad. Si nos olvidamos del ser (del hecho de que la cosa sea, que sea real, que esté fuera del vacío de la nada), veríamos la existencia de las cosas como un mero hecho bruto básico, algo que hemos de presuponer para llevar a cabo nuestra filosofía y ciencia. Veríamos la existencia como una especie de mínimo de la realidad sobre lo cual la esencia se agrega, aquello que realmente nos interesa. Según la lectura existencialista de Santo Tomás por filósofos como Clarke esto es totalmente equivocado, porque el ser no es un mero hecho bruto, un mínimo de la realidad, sino el máximo, la realidad en su grado más algo y perfecto. Santo Tomás, por tanto, escapa la crítica de Heidegger, en cuanto que él ha sido el único en no caer en un filosofía esencialista y poner el acto de ser, el esse en el centro de su metafísica.
Aquello que llamo esse es aquello que es más perfecto, el acto de todos los actos y por esto la perfección de todas las perfecciones. Nada puede agregasele que sea extrínseco a él, porque no hay nada fuera de él más que el no-ser (De Potentia, q. 7, a. 2)
Clarke señala que el esse es la realidad en su máxima expresión, y la esencia es un principio negativo en cuanto que viene a limitar el esse, o ponerle restricciones a su expresión. Esto puede esclarecerse cuando uno tiene esa visión jerárquica de la realidad como la de Platón, Aristóteles y los escolásticos. Solo para ilustrar cómo la esencia antes que agregar a un mínimo de existencia, realmente limita al esse, pensemos en la doctrina aristotélica del alma. En primer lugar hay seres que no estan vivos, seres inanimados. Después, están las plantas, que tienen un alma vegetativa, con distintos poderes como alimentación, crecimiento y reproducción. Por encima están los animales, que tienen todas esas facultades y además las de locomoción, sensación y apetito; es decir, son eso y más. Por encima de todos los seres materiales está el animal racional, el hombre, que tiene todas esas facultades y además la inteligencia y la voluntad que lo hacen imagen de Dios. Y aún por encima del hombre están las inteligencias incorpóreas, o sea los ángeles, que son más perfectos pues no están limitados por las condiciones restrictivas y limitantes de la materia. Esto ilustra como los distintos seres son distintos participantes de la existencia, y los inferiores son una expresión más pobre de la existencia y los superiores una expresión más rica de la existencia. Como una foto con menor y mayor resolución respectivamente.
También conviene pensar en la esencia como el modo o manera de existencia de una cosa. En vez de decir, "esto es un perro", podemos pensar, "esto es existencia de una manera canina", y para un caballo, "esto es existencia de un modo equino", pues todos los particulares participan de la existencia a su modo particular y limitado.
Por encima de todo está Dios, que no tiene una esencia limitante, sino que es el mismo ser subsistente por sí mismo, ipsum esse per se subsistens o esse tantum, del que todo cuanto existe participa, depende y recibe su acto de ser.
Ahora se preguntará el lector atento, ¿cómo soluciona esto el problema de lo uno y lo múltiple con el que empezamos? Lo hace de la siguiente manera. Todo cuanto existe tiene lo siguiente en común: es. Es parte de la comunidad de los existentes como lo pone Clarke, yace fuera de la nada, está presente, es real. Todo cuanto existe participa del ser o es el mismo ser subsistente en el caso de Dios. Lo que responde a la multiplicidad o la diversidad del ente es la esencia limitante, porque la razón por la que este perro y este gato sean distintos es que el primero es existencia de un modo canino y el segundo de un modo felino; la diferencia yace en el modo de existencia y no en la existencia per se. Lo que responde a la unidad es que ambos son existentes, puestos fuera del vacío de la nada por el acto de ser que reciben de Dios.