¿Por qué el ser y no más bien la nada?
¿Realmente necesitamos poner a Dios para explicar el ser de las cosas?
La pregunta sobre el ser de las cosas
"Por qué hay algo en vez de no haber nada". Esta pregunta (llamémosla (1)), suele formularse para motivar algún argumento para la existencia de una causa primera divina, que todos llaman Dios. Hasta ahora he creído que es una buena motivación, pues nos ayuda a apreciar la radical contingencia de los entes de nuestra experiencia, su radical dependencia de que ciertas condiciones extrínsecas para su existencia se cumplan. La silla es contingente porque no tiene que ser, existe en virtud del carpintero, del planeta tierra, de la fuerza nuclear fuerte, etc. El electrón tampoco tiene que ser, pues empieza a existir y deja de existir, no es absolutamente necesario que sea y al empezar a existir y dejar de existir demuestra que está sujeto a condiciones extrínsecas que condicionan su existencia. En suma, las cosas en nuestra experiencia dependen, están sujetas a condiciones exteriores para simplemente ser.
En resumen, esta pregunta contribuye a darnos la intuición de que la dependencia y contingencia de las cosas que experimentamos requiere un ente necesario e independiente, porque sino nada sería. Sería como tener un conjunto de cosas dependientes que no dependen de nada, algo ininteligible. Si lo fuéramos a resumir en un frase diríamos, no todo puede ser devenir, tiene que haber ser. Este ser necesario de lo que las demás cosas dependen debe ser algo que no pueda no ser, y que no dependa de algo extrínseco que condicione su existencia. Esto es lo que todos llaman Dios.
Una dificultad
Más recientemente, en internet, veía a alguien plantear esta cuestión, (1), para motivar la cuestión de la existencia de Dios y luego a alguien responder con el famoso dictum de Parmenides: "el ser es y el no-ser no es" (llamémoslo (2)) como dando una respuesta anti-teísta a la pregunta que se supone que debía motivar la existencia de Dios, como diciendo que este problema que motiva la concluir la existencia de Dios no es sino un aparente problema, que las cosas que son simplemente son, el ser les es algo propio en virtud de ser entes.
Esto me dejó pensando porque el dictum, opino yo, es algo evidente en sí mismo. Es claro que lo que es, es; y no que no es, no es. Por algo la famosa locución de Lucrecio ex nihilo nihil fit, de la nada, nada se hace. Entonces, ¿debo concluir que (1) no es una manera de motivar la cuestión de la existencia de Dios? Resumamos la cuestión hasta ahora de la siguiente manera.
(1) ¿Por qué el ser y no más bien la nada?
(2) El ser es y no-ser no es.
¿Es (2) una respuesta satisfactoria a (1) de modo que no tengamos que recurrir a una causa divina del ser de las cosas? ¿Es acaso el conjunto de existentes una explicación suficiente de su existencia? Si este fuera el caso los argumentos tradiciones tomistas de la existencia de Dios perderían su fuerza.
Es claro que (1) sirve para elucidar la contingencia de las cosas de nuestra experiencia, que un día son y el otro dejan de ser y que (2) nos señala la infinita distancia entre el ser y la nada, de modo que el ser en cierto modo se basta a sí mismo. Me parece que aquí hay una cierta tensión, pues el adherente a la filosofía perenne generalmente se suscribe a ambos, tanto a la contingencia de las cosas (el hecho de que no sean por necesidad) y a la necesidad de que el ser sea. ¿Cómo se resuelve esta tensión? Y, en particular ¿es (2) una posible respuesta que el ateo pueda dar a (1) para así evitar la conclusión teísta?
Per se y per aliud
Para resolver la tensión vale la pena ir al maravilloso descubrimiento de Santo Tomás, de lo que es por sí mismo (per se) y de lo que es por otro (per aliud) o por participación. O sea, entre lo que se basta a sí mismo para hacer inteligible su existencia y lo que demanda una explicación extrínseca para hacer inteligible su ser.
Esta distinción nos ayuda a entender de que manera son contingentes los entes de nuestra experiencia. De ahí que antes hablara de su “radical dependencia”, para hacer explícito que si son, son por otro, per aliud, o sea, por participación en algo más; pues dependen de otro para que se cumplan las condiciones de existencia. Un ejemplo es como el árbol que es visible lo es porque participa de la iluminación del sol, que tiene la luz por sí mismo. Si vemos un árbol iluminado sabemos que tal iluminación no viene del árbol, pues éste no tiene la virtud en sí para producir tal efecto, sino que demanda una explicación extrínseca para hacer inteligible su iluminación. O como el palo movido por la mano participa de la moción del brazo, que es movido por el agente, que se puede mover a sí mismo. Si no recurriésemos ni al sol ni al brazo no haríamos inteligibles ni la iluminación, ni la moción.
Para demostrar que los entes de nuestra experiencia no tienen el ser por sí mismos sino por participación, bastaría con un argumento como el de Santo Tomás en el De ente et essentia, capítulo 4, donde demuestra que aquello que fuese per se (o sea aquello que existiese por sí mismo y no por participación) por necesidad sería simple y no estaría sujeto a multiplicación. Esto es, no podrían haber múltiples instancias de este ente, sería absolutamente único. De esto se sigue que los entes de nuestra experiencia, que son múltiples, (hay múltiples hombres, árboles y electrones) no son per se, sino que son por participación1. Por esta razón demandan una explicación extrínseca, que recibimos por aquello en lo que participan, aquello de lo que reciben el ser. Esto es perfectamente coherente con la intuición con la que originalmente nos dejó (1) sobre la radical contingencia y dependencia de las cosas de nuestra experiencia.
Ahora ponemos nuestra atención en (2) y aplicamos de nuevo la distinción entre lo que es per se y lo que es por participación. Ya que aquello que es por participación puede ser o no ser, mientas que lo que es per se no puede no ser, (pues tiene en sí mismo aquello por lo que es y no lo recibe de nada más, es evidente que ser en un sentido fuerte se aplica propiamente a lo que es per se) mientras que lo que es por participación podría decirse que es, pero en un sentido más débil, ya que existe de manera dependiente de aquello que es per se. Dicho con otras palabras, solo lo que es per se, es de manera absoluta e incondicional; mientras que lo que es por participación, existe únicamente en cuanto que recibe su ser de otro.
De esto sigue que (2) no aplica a los entes de nuestra experiencia que un día son y el otro no son, sino solo a lo que es per se, a aquello que tiene la razón de su existencia en su misma naturaleza y no en algún agente extrínseco, o sea, aplica solo a lo que es en el sentido fuerte.
Si aplicamos esta distinción no hay tensión entre (1) y (2), sino que son perfectamente reconciliables y ambos nos señalan al ente necesario, causa primera y ser por esencia, que todos llaman Dios. Esto es así porque
(1) nos señala que los entes de nuestra experiencia, al ser por participación, no se bastan a sí mismos para hacer inteligible su existencia y demandan una explicación extrínseca.
(2) nos señala que aquello que es per se, existe de manera necesario y es absolutamente impensable que no existiese.
Dicho con otras palabras (1) nos habla de como ver al mundo que no es por sí mismo nos lleva a concluir la existencia de Dios, y (2) nos da una intuición de la naturaleza divina, y de la necesidad de su existencia, pues su misma naturaleza es ser, así como Dios responde a Moises "Yo Soy el que Soy", Aquel que simplemente es, no podría no ser, y tiene en sí mismo la plenitud y la riqueza de la existencia.